Espiritualidad del Cuidado

Reflexiones La Espiritualidad del Cuidado escritas por Jesús García OFM Cap. Miembro de la comisión Cuidado y Protección de Niñas/os, Adolescentes y Personas Vulnerables de la CLAR.

Estas reflexiones ayudarán a animar una espiritualidad saludable y sanadora que contribuya a la vivencia del Evangelio, fortaleciendo las motivaciones cristianas y de vida consagrada para el cuidado y protección, desde la psicoespiritualidad.

El “Diplomado en Protección de Menores” de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma es una propuesta desafiante a todos los miembros de la Iglesia Católica y los hombres y mujeres del mundo. Se trata de “afrontar” (mirar de frente) un fenómeno intolerable, “formarse” (adquirir identidad) con y más allá de lo académico, y “comprometerse” (opción existencial) en la prevención y protección de los abusos a niños, niñas, adolescentes y adultos vulnerables.

"El Rey David"

Miremos al Rey David, el ungido entre sus hermanos y espejo de nuestra fragilidad. Nos podemos sentir “indignados” como el rey por el abuso del “dueño de la viña” que robó la del pobre…(cfr. 2 Sm 12,5) y también podremos “culpabilizarnos” -como el pecador David- por lo que hemos hecho contra quien estaba alrededor (en base a su poder sobre las armas, el dinero, el gobierno, los afectos, el sexo, etc.). David, creo que es un “ícono del abuso”; a la vez es abusador, misericordiado y custodio. (cfr. 2 Sm 11-13)

"El Ángel Tobías"

El cuidado integral de nosotros mismos, de nuestros contextos afectivos, de la casa común… no puede dejar de lado el cuidado de los más vulnerables y marginados. Es cuestión de sobrevivencia personal-cósmica y es cuestión de identidad humano-cristiana. 

“Si hubieras estado aquí ”

Una vez más nos hacemos una inquietante pregunta (véase la reflexión sobre “el Ángel de Tobías”): “¿los ´hermanos menores´ asumimos el compromiso de cuidarnos y cuidar a los demás, especialmente a los “menores” de hoy…?”. 


“No será así entre ustedes” (Mc 10,43)

La realidad que vivimos -con tantos egos propios y ajenos- tiene innumerables manifestaciones de prepotencia, dominio o sumisión, que rompe las relaciones fraternas (simétricas) para crear desigualdades, asimetrías y víctimas. De hecho, hay demasiadas víctimas del abuso de conciencia y de poder en nuestros ambientes familiares, sociales, laborales, políticos, económicos, culturales, ecológicos… y -lamentablemente- también en nuestros ambientes eclesiales.


“Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan” (Mc 10,14) 

La despreocupación o el miedo son dos reacciones extremas que poco ayudan a nuestra condición humana, cristiana, franciscana… ni tampoco en la pastoral que desarrollamos cotidiana o extraordinariamente. El confiar demasiado (confianzudos) o el vivir prevenido (delirio persecutorio) no son las actitudes que necesitamos en nuestra vida política ni evangelizadora, porque el riesgo de infidelidad podría superar a la supuesta “pax romana”.

 

"Yo les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras” (Lc 17,40) 

Hay muchas personas que no tienen la oportunidad de opinar, decir lo que piensan-sienten-sufren-buscan, pero “gritan en silencio”, porque los sonidos dan paso a los sueños. Las víctimas de abuso deben sufrir lo que otros “hacen, dicen, ocultan o manipulan”. Son cuatro sufrimientos de revictimación que no podemos dejar en el silencio, porque “les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras” (Lc 17,40).

“Tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios, sino como sabios (Ef 5,15) 

Tanto a nivel personal como colectivo, somos “necios” cuando repetimos los mismos errores, procedimientos y reacciones. Porque, cuando aprendemos de la experiencia propia o ajena, estamos construyendo “sabiduría”: saber vivir y poner sabor a la vida. 

“Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó” (Rm 8,37)

La teología de la abundancia y del “éxito” (en el consumismo religioso) lucha contra la pedagogía del “fracaso” (en la cruz) y contra la cantidad de amenazas externas y de fragilidades internas que nos acompañan y persiguen. No solamente lo podemos recordar en algunos episodios del libro de Job, sino también en nuestras “culturas” de la culpabilidad o la justificación o la fatalidad. 

“No hagan nada por rivalidad o vanagloria” (Flp 2,3)

Ya sea por prolongación de los privilegios disfrutados o para compensar todo lo que no se obtuvo, hay gente que busca -incansablemente- “confirmación” de los demás y “autocomplacencia” a costa de un título, un puesto, unas ropas, unas propiedades o rodeándose de personas que le halaguen.  La “ansiedad prolongada” hace que se busquen maneras de saciar el apetito de protagonismo, aplauso, placer, satisfacción o estima.

"Llega la hora, ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado y me dejarán solo”. (Jn 16,32)

Cuando aparecen conflictos -o se alargan las crisis- existen muchas maneras de reaccionar, que suelen exteriorizar lo que somos-sentimos verdaderamente los humanos. Así como hay quien enfrenta con decisión y esperanza los imprevistos, también hay quien los niega o los quisiera eliminar. Puede ocurrir que se pretenda eliminar al mensajero para que se pierda el mensaje, y la avestruz socioeclesial siga con su discurso bajo tierra o los mosquitos estén picando a los demás mientras emiten ruidos que a nadie agradan.

La depresión por el pasado o la ansiedad por el futuro podrían convertir a la vida consagrada en una cárcel de sentimientos o en una nebulosa de deseos, que impiden el crecimiento humano integral y la opción discipular de la fe adulta. Esta realidad se podría complicar ante la evidencia de los casos ocultados de abusos, alienaciones o frustraciones, que institucionalizan las relaciones antievangélicas simétricas y asimétricas de nuestros ambientes comunitarios.

"Miren que los envío como ovejas en medio de lobos: sean, pues, precavidos como la serpiente, pero sencillos como la paloma” (Mt 10,16)

Alguien dijo una vez que “el hombre es lobo para el hombre” (Thomas Hobbe), porque estaba comprobando que la ambición, la búsqueda del propio bienestar-placer-poder y el afán de dominación… podría conducir hasta el extremo de pretender eliminar al diferente o/y contrario. Por eso, somos espectadores o protagonistas de la violencia sistémica y global que nos invade, con víctimas concretas. Pensemos en las/os niños abusados, trabajo infantil, trato de personas, sicariato, guerra, refugiados, hambrunas, aporofobias, etc.

Si ustedes saben interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no comprenden el tiempo presente?” (Lc 12,56)

Así como la vida y la historia son dinámicas, también nuestra realidad está llena de desafíos que nos provocan perplejidad, incertidumbre, impotencia, inquietudes y mucha novedad. Cómo no reconocer que además de estar en una época de cambio y un cambio de época… existen tantos y tan diversos cambios culturales, sociales, económicos, políticos, religiosos afectivos y climáticos que a nadie dejan impasible, excepto a la mediocracia.


“Tomen la verdad como cinturón y la justicia como coraza; estén bien calzados, listos para propagar el Evangelio de la paz”. (Ef 6,14-15)

A lo largo de la historia, ha existido una dialéctica conflictiva y enriquecedora entre la sociedad y la Iglesia, entre los poderes socio-políticos y el servicio-poder de la Iglesia. Desde la experiencia apocalíptica de las catacumbas, pasando por la expansión medieval, las cruzadas y conquistas religiosas (más bien económicas) y continuando por la imposición católica a las conciencias, leyes y relaciones interpersonales.

“No creo haber conseguido ya la meta ni me considero un «perfecto», sino que prosigo mi carrera para conquistarla, como ya he sido conquistado por Cristo”. (Flp 3, 12)

Hay mucha gente que padece trastornos del sueño, alimenticios, adicciones, depresiones, ansiedades, etc. Y en algunas ocasiones se convierten en patologías diagnosticadas por la psicología barata de tantísimos sabios callejeros, que han puesto de moda palabras como estrés, depresión o ansiedad. 


“Jesús volvió de las orillas del Jordán lleno del Espíritu Santo y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto” (Lc 4,1) 

Hay diversos estímulos para moverse en el espacio y en el tiempo que ocupamos: motivaciones, presiones, agresiones, escándalos… o espiritualidad. Ciertamente no es lo mismo dar pasos por la presión externa o por motivaciones internas; de hecho, es muy humano dejarse interpelar por los signos de los tiempos y tomar decisiones personales-comunitarias bien discernidas y responsables. 


Les declaró (dice Jesús): Dios dice en la Escritura: Mi casa será casa de oración. Pero ustedes la han convertido en un refugio de ladrones.” (Lc 19, 46) 

La ilusión y las motivaciones sublimes de los inicios de nuestra “vocación” suelen desinflarse con el aburrimiento y la repetición de eventos religiosos, no siempre retribuidos por el aplauso o el reconocimiento. En ocasiones, acabamos por reproducir aquello que criticamos en otros tiempos, y renunciamos a la utopía por arrastrarnos en el crudo realismo, a veces adornado con la acedia. 


Destruyó el odio en la cruz y, habiendo hecho de los dos un solo pueblo, los reconcilió con Dios por medio de la misma cruz (Ef 2,16)

Hay emociones y sentimientos que nos configuran cuando se mantienen en el tiempo, aunque los espacios y las interrelaciones puedan variar. Entre otros, están el amor o el odio, el perdón o el resentimiento, la alegría o la frustración, la interdependencia o el orgullo, etc. Darnos cuenta de los sentimientos que nos habitan es un paso significativo para vislumbrar los horizontes de sentido.


Y ¿cómo lo proclamarán si no son enviados? Como dice la Escritura: Qué bienvenidos los pies de los que traen buenas noticias.. Pero es un hecho que no todos aceptaron la Buena Noticia, como decía Isaías: Señor, ¿quién nos ha escuchado y ha creído? (Rm 10, 15-16)

Entre los mecanismos de defensa, que se utilizan en el mundo religioso, podemos resaltar el de la negación y la sublimación.